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¡Esa maga!




Nadie puede competir con la muerte. 
Menos cuando se vuelve una aliada, una amiga, 
la maga que convierte todo en bueno. 

Se ahoga cualquier intento de crítica.
Hay de aquel que se atreva a lanzarse en su contra.
Porque esa maga, la muerte, 
opera el milagro de la desaparición de la memoria.


La muerte, esa maga, posee además, 
el poder de la censura. 
Borra, sin piedad, los hechos, los escritos y las huellas. 
Que nadie se acerque a hurgar en el cajón, 
¡paz en su tumba! 
y que a ningún insolente 
se le ocurra echar basura en el camino de la procesión embanderada
con los colores nacionales 
y bañada con las lágrimas del pueblo.

La muerte, esa maga, también hace política. 
No hay nadie como ella para inventar causas y cruzadas. 
Ella inviste a los líderes, 
coloca en sus manos las banderas que reflejan los colores del cielo 
y entrega las espadas a las Juana de Arco 
que tienen que cumplir el destino dibujado por los muertos. 

Ya está el altar, está iniciado el culto. 
Es la hora de la gran sacerdotisa 
y la hora, para los fieles, 
de pagar la limosna y esperar los milagros. 

Atrás no queda nada, 
salvo la estela de luz dejada por el santo. 
Se borró todo porque llegó la muerte…  
¡Esa maga!



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