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Tradiciones del Día de Muertos en México

Muerto quiere mesa

tradiciones mexicanas

Las fiestas mexicanas del día de los muertos son más bien como unas patronales,
con mucha gastronomía simbólica. Es típico, en todo México, ver pequeñas calaveras de alfeñique o chocolate,
con nombres de niños escritos en la frente.




ANA ALFARO
ESPECIAL PARA LA PRENSA

vivir+@prensa.com

Al sur de la frontera del Halloween, se celebra también la transición de este mundo al otro: me refiero a las fiestas mexicanas de día de los muertos, que no son un solo día, sino más bien como unas patronales.
Mi primer encuentro con la costumbre fue hace años cuando viajaba a México por negocios, y veía las calaveras de “pastillaje” por doquier. Después me enteré que eran hechas de alfeñique, nombre que se le da a una preparación presente en diversos países, hecha de diversas formas, pero en América es producto del mestizaje culinario.


En un viaje gastronómico a Puebla, las vi al estilo de ellos, bien de azúcar, de chocolate o semillas de amaranto, apiladas al lado de otros dulces, y salivo pensando que se trata, tal vez, de mazapán, esa maravilla árabe que la cocina conventual dejó de legado en América, a través de los colonizadores.
Al lado de las calaveras, como pobre producto del mestizaje del siglo XX y del XXI, vi lo que creía eran telefonitos celulares de azúcar, y pensé “qué interesante integración de la tecnología al folclor” hasta que me cayó la peseta: ¡eran ataúdes!


“Se salvaron los dentistas”, pensé, “estas son bombas de caries infantiles”. Pero pronto me distraje con las otras señales de los preparativos en ciernes: el amarillo azafrán del cempasúchil, la más emblemática de las flores de estas fiestas, con que se trazan veredas que van desde el umbral de la puerta hasta el pie del altar, que sirve para guiar a los muertos hasta las ofrendas comestibles, rodeadas de gladiolas para atenuar el fuego; flores moradas de terciopelo que representan la pasión de Cristo, orquídeas púrpuras llamadas xochicalaveras, debido a su forma funesta y otras blancas y diminutas, para que las almas reposen en su albura.


El altar también ostenta velas e incienso, intercaladas entre las ofrendas, y fotos de los ausentes.
Y ahora, los comestibles: Tejocotes (frutas amarillas, parecidas a la ciruela), cañas, limas, mandarinas, cacahuate (maní) y jícama, todas adornadas, las antedichas figuras de alfeñique y velas y veladores e incienso, junto con enormes pirámides de “pan de muerto”, o pan de huevo. Y atole. Mucho atole.
Esta bebida es también producto del mestizaje, y en algunas partes se le llama atol. Considerémosla, si se quiere, una versión caliente de nuestro chicheme, ya que es hija del maíz, al igual que los tamales a los que generalmente acompaña en puestos callejeros. Se puede hacer con agua o leche, y de diversos sabores: con frutas, con vainilla, chocolate, o especias.

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